Fuente: El País
En Mesoamérica, la inequidad mide seis centímetros. Esa es la diferencia en el promedio de estatura a los cinco años de edad entre un niño pobre en los países de esta región y uno cuyos padres pertenecen a los estratos ricos. La diferencia no es solo de talla. A esa edad, cada centímetro adicional está asociado a un mayor nivel cognitivo y escolar, y eventualmente a la posibilidad de conseguir un buen trabajo y lograr mejores ingresos. En el transcurso de una vida, esos seis centímetros se pueden convertir en un abismo. La diferencia se debe a la desnutrición, por supuesto. Pero también surge de la ausencia de servicios básicos de salud materno-infantil, de medicinas que eliminan parásitos y protegen contra enfermedades que impiden el crecimiento normal. ¿Cómo explicar entonces el hecho de que los indicadores de salud en Mesoamérica han estado mejorando en años recientes? La respuesta es simple: el progreso en materia de salud no ha llegado a los más pobres. Y los más pobres son muchos. Cerca del 20% de la población de Mesoamérica, que incluye a Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, Belice y los Estados del sur de México, vive en extrema pobreza. Son ocho millones de personas, mayoritariamente mujeres y niños, para quienes la atención de salud es inadecuada o inexistente.