En 2020, la Financing Alliance for Health (FAH), dirigida por la Dra. Angela Gichaga, buscó inspiración en la Iniciativa Salud Mesoamérica (SMI). Sus resultados y modelo operativo fueron claves para dar forma a Africa Frontline First, un esfuerzo que hoy busca fortalecer los sistemas de salud comunitarios en todo el continente africano.

Angela Gichaga es médica y economista de la salud, con experiencia en ministerios de finanzas y de salud, consultoría y academia. Actualmente es presidenta y directora ejecutiva saliente de FAH y co-directora ejecutiva de Africa Frontline First. Su carrera la ha llevado desde atender pacientes en hospitales rurales de Kenia hasta ocupar asientos en juntas globales de salud y financiamiento. Fue reconocida por Fortune como una de las líderes más influyentes del mundo en 2018 y es becaria Mandela Washington, entre otras distinciones.
En esta entrevista comparte lo que aprendió de la experiencia mesoamericana y cómo esas lecciones se adaptaron en África.
—Dra. Gichaga, gracias por su tiempo. Para comenzar: ¿qué aspectos del modelo de Salud Mesoamérica encontró transferibles al contexto africano y cómo los adaptaron?
—Lo primero que entendimos es que, aunque se trata de contextos geográficamente distantes y diferentes, ambos enfrentan desafíos sanitarios comparables. Por ejemplo, el acceso: en América Latina, algunos países son grandes y montañosos, lo que dificulta llegar a los centros de salud. De manera similar, en partes de África las instalaciones están muy alejadas de donde vive la gente.
También existen barreras financieras: no todas las personas podían pagar servicios de salud o estaban cubiertas por redes de protección social, y en algunos países esas redes ni siquiera existían.
—¿Y qué desafíos específicos encontraron en África?
—Existen barreras culturales. Algunas personas prefieren la medicina tradicional o se sienten incómodas si el personal de salud es de un género distinto. Los temas de salud reproductiva, por ejemplo, siguen siendo tabú en algunas culturas cuando se discuten entre hombres y mujeres.
—¿Cuál fue la lección más valiosa que aprendieron de la SMI?
—Aprendimos la importancia de diseñar soluciones a gran escala —a veces incluso multinacionales— y luego contextualizarlas localmente. La selección de países requiere criterios claros, como geografía, idioma, acceso, niveles económicos y prioridades políticas.
Al mismo tiempo, identificar necesidades y objetivos comunes entre países permitió construir un marco compartido que después se adaptó a cada contexto específico.

—¿Hubo también lecciones en el tema de financiamiento?
—Sí, otra lección clave fue asegurar la participación de donantes ancla desde el inicio. Aunque ya contábamos con un diseño técnico, involucrar a los socios financieros desde temprano nos permitió co-crear, alinear los objetivos nacionales con los de los donantes y garantizar mayor sostenibilidad.
—La SMI tiene un modelo innovador de financiamiento basado en resultados. ¿Cómo influyó en la FAH?
—Destacaría la combinación de diferentes fuentes de financiamiento. Los recursos nacionales son la base de la sostenibilidad a largo plazo.
Los fondos multilaterales son muy influyentes en África, donde hasta el 60% del financiamiento para la salud primaria y comunitaria proviene de fuentes globales. Alinear esos fondos con las prioridades de los países fue esencial.
—¿Y qué pasa con el rol de la filantropía?
—El dinero filantrópico cumplió un papel flexible: permitió realizar inversiones estratégicas, cubrir brechas urgentes y probar innovaciones que más tarde podían escalarse con recursos multilaterales y nacionales.
—Ha mencionado varias veces el liderazgo gubernamental. ¿Cómo se reflejó eso en África?
—El compromiso gubernamental desde el inicio fue clave. En Mesoamérica, los ministerios de salud lideraron el proceso con el apoyo del BID. Replicamos esa lógica: los países tenían que sentir que era su propia iniciativa y no un proyecto impuesto externamente, y lo aseguramos alineando las inversiones con sus prioridades expresadas en documentos de política o estrategia. Ese sentido de apropiación marca la diferencia entre un programa pasajero y una política de Estado.
—En 2020 usted se acercó directamente a Emma Margarita Iriarte, secretaria ejecutiva de la SMI. ¿Cómo recuerda ese proceso?
—Fue un momento decisivo. Ella no solo respondió a nuestra llamada inicial, sino que durante más de siete meses dedicó horas cada mes a compartir ideas de diseño, plantillas de documentos, contactos de donantes y lecciones de implementación.
No tenía ninguna obligación de hacerlo, pero eligió apoyarnos generosamente. Y esa generosidad marcó el rumbo de Africa Frontline First.

—¿Qué significó eso para usted en lo personal?
—Me confirmó que el verdadero liderazgo no solo se mide por los resultados, sino también por la capacidad de abrir puertas y tender la mano a los demás. Emma se convirtió en una de mis heroínas anónimas.
—En sus reflexiones, usted suele citar frases inspiradoras. ¿Hubo alguna que resonara particularmente con esta experiencia?
—Sí. Una que siempre me acompaña: “¿Cómo cambiamos el mundo? Un acto de bondad a la vez.” Eso fue exactamente lo que recibimos de Emma y su equipo, y es lo que intento replicar en mi trabajo y en mi vida.